En torno a 1470, un jenízaro llamado Yakup (que por mérito propio había recibido unas tierras en la isla, entonces otomana, de Lesbos) y una joven cristiana llamada Katalina engendraron una prole de seis vástagos. Lejos de su imaginación quedaba el hecho de que entre sus hijos estaban aquellos que, a la postre, serían el azote del imperio español y los corsarios berberiscos más temidos de todo el Mar Mediterráneo: Aruj, el mayor y Hayr al-din, el menor… los hermanos Barbarroja.
Ambos comenzaron de grumetes en barcos corsarios, asaltando los alrededores de las aguas de la isla de Rodas. No obstante, al poco tiempo el barco en el que navegaba Aruj cayó capturado y éste fue esclavizado. Ahí fue donde comenzó su epopeya, ya que fue capaz de escapar y, tras no pocas vicisitudes, logró huir hasta Egipto, donde fue recibido en entrevista por el sultán Qansoh al-Ghuri. Por su vehemencia le fue concedida una oportunidad: la capitanía de un pequeño barco. Aquel muchacho le inspiraba confianza, pero sólo era muchacho.Aún así no le defraudó.
Con amarre en Alejandría se dedicó a arrasar las islas gobernadas por los cristianos. Saqueaba todo a su paso, robaba, asesinaba, torturaba e, incluso, llegó a correr una leyenda, que fácilmente podría ser cierta, de actos caníbales cometidos por sus hombres. Era poderoso y destructor.
Pero en todo momento su brutalidad y su crueldad hacia los cristianos contrastó con el cuidado que procuraba para los musulmanes. A principios del siglo XVI, y teniendo bajo su control una flotilla de varios barcos, combinó el corso con el trasporte de mudéjares desde España hasta el norte de África. Así, por su bondad y su preocupación sus hombres comenzaron a llamarle por el sobrenombre “Baba Aruj”, que significa literalmente “papá Aruj”. Aunque los italianos no lo entendieron bien, porque debido a la similitud fonética y la poblada barba pelirroja que lucía el berberisco le otorgaron el apodo con el que pasaría a la posteridad: “Barbarossa”, el cruel pirata Barbarroja.
En 1510 ya era uno de los hombres más ricos de todo el Arco Mediterráneo y dirigía sus incursiones desde la isla de Yerba. Poco tiempo después se convirtió oficialmente al Islam, con el objetivo de ganarse el favor del rey de Túnez. Y defender a Túnez de los españoles le supuso recibir el impacto de una bala de cañón en el brazo izquierdo. Fue rápidamente trasladado a su isla, mientras su hermano Hayr al-din se hacía cargo de sus once buques.
Ya recuperado de sus heridas y más ambicioso que nunca, fue llamado en 1516 a Argel por el rey Selim II, que se resistía a satisfacer los tributos impuestos por los españoles. Lejos de ayudarle, lo asesinó con sus propias manos y, tras intentar ocultar el hecho tras una cortina de parafernalia político-burocrática, se proclamó nuevo gobernador de Argel. Pero renunció a ser enaltecido a sultán porque, como buen estratega que era, estaba convencido de que la victoria sobre el imperio español y el consiguiente dominio musulmán del Mediterráneo pasaba, necesariamente, por aliarse con el imperio otomano.
Así se lanzó a la reconquista de Tremecén, entonces en posesión de la corona de España. Logró hacerse con el mando de la ciudad, pero en una escaramuza fue abatido, muriendo en el fragor de la batalla y siendo llorado por sus hombres.Cuentan algunas voces que en realidad Aruj había logrado capturar un buque cargado de joyas y oro propiedad de la poderosa Iglesia de Roma. En el acoso por tierra, el pirata fue liberándose de lo incautado, sembrando pistas falsas. A pesar de los collares de marfil, los crucifijos de plata y las monedas de oro que se encontraban sus perseguidores por ciertos caminos, no cayeron en la trampa y, según la leyenda, fueron capaces de capturarlo, apresarlo y matarlo.
En cualquier caso, en 1518 moría Aruj Barbarroja, el azote del Imperio Español y el corsario berberisco más temido de todos los tiempos. Pero esa distinción no le duraría mucho, porque su hermano Hayr al-din llegó dispuesto a tomar su relevo, heredando su nombre, su flota y su ambición.
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