domingo, 30 de noviembre de 2008

Para aquellos que mienten...

no hay más estúpido que el que acaba creyendo sus propias mentiras...

y, desgraciadamente, el mundo está lleno de estúpidos...



Cuando estuve en un bosque encantado
noté con asombro
que una piedra me cantaba
con modulaciones y con timbres de tenor.

Debajo de la piedra vi a un sapo invernando
y supe
que era el sapo el que cantaba
y seguí buscando maravillas que saber.

Quería una princesa convertida en un dragón,
quería el hacha de un brujo para echarla en mi zurrón,
quería un vellocino de oro para un reino,
quería que Virgilio me llevara al infierno,
quería ir hasta el cielo en un frijol sembrado,
y ya.

De lejos vi una fuente que brillaba
y corrí hacia ella,
pues tenía aguas de oro:
era inconfundible aquel color como miel.

El sol se reflejaba en la fuente abandonada
y supe
que era el sol el que brillaba
desilusionado por dos veces me alejé.

Quería una princesa convertida en un dragón,
quería el hacha de un brujo para echarla en mi zurrón,
quería un vellocino de oro para un reino,
quería que Virgilio me llevara al infierno,
quería ir hasta el cielo en un frijol sembrado,
y ya.

Después de mil fracasos como estos
me sentí muy tonto:
nos habían engañado;
y me fui a buscar al primer hombre que mintió.

Caminé los caminos,
recorrí los recorridos,
pero cuando hallé al culpable
hecho un mar de lágrimas, al verme, me pidió:

Yo quiero una princesa convertida en un dragón,
yo quiero el hacha de un brujo para echarla en mi zurrón,
yo quiero un vellocino de oro para un reino,
yo quiero que Virgilio me lleve al infierno
yo quiero ir hasta el cielo en un frijol sembrado
y ya.

Silvio Rodríguez

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