martes, 6 de septiembre de 2011

LOS AMANTES DESCONOCIDOS


La sociedad de Amantes Desconocidos de Flores fue tal vez la entidad más secreta del barrio. Su misma naturaleza hacia imprescindible la discreción.
Hace algunos años, cada vez que alguien recibía una carta de amor sin firma los hombres sabios no vacilaban en atribuirla a la Sociedad. Era esto un error: siempre han existido enamorados ocultos, sin que haga falta inventarlos.
Por otra parte, cabe razonar que la obra de los Amantes Desconocidos solo pudo tener buen efecto en la medida en que no les fuera atribuida.
Se calcula que en los años de su actuación, la Sociedad fraguó más de dos mil historias de amor.
El procedimiento habitual era sencillo. Sin mayores ceremonias se elegía a una persona cualquiera. La mayoría de las veces se trataba de solitarios, melancólicos, desengañados, aburridos o simplemente amigos, a quienes la entidad deseaba favorecer.
El paso inmediato consistía en crear un amante ficticio para la persona elegida. Un equipo de ingeniosos creativos se encargaban del asunto. A los ingenieros les inventaban adolescentes picaras. A las modistas de la calle Morón les dibujaban nobles arruinados. A los Hombres Sensibles les hacían amantes románticas y trágicas, pero también muy pechugonas, que eran una verdadera delicia.
Una vez establecidas las características generales del amante ficticio, se enviaba la primera comunicación. Así, muchos hombres y mujeres de Flores recibieron sorpresivas declaraciones anónimas que los llenaron de estupor.
Se transcribe a continuación la carta que llevara el número de orden 1114.
"Querido ingeniero Atilio D. Gallardo:
Le escribo desde las tinieblas de mi soledad. Le ruego que me disculpe si usurpo su preciosa intimidad. Pero existe, mi querido ingeniero, un sentimiento dentro de mí que ya no puedo dominar.
Es preciso que usted sepa que lo amo, ingeniero.
Usted no me conoce... O para decirlo mejor: usted jamás ha reparado en mí.
Quien soy...? No creo que valga la pena que usted lo sepa. Digamos que me llamo Luisa, aunque ese no es mi verdadero nombre. Algunos dicen que soy joven y hermosa, pero tal vez exageran.
Ah... si supiera, ingeniero, cuantas veces he llorado por usted.
Si supiera cuántas noches he despertado llorando y pronunciando su nombre: Atilio. En mi cuarto tengo un pequeño retrato suyo que he recortado de la revista "Temas de la construcción."
Usted tal vez se ría de los delirios de una pobre muchacha enamorada. Pero ya no puedo luchar más contra mi corazón, ingeniero.
Quiero proponerle algo. Escríbame. Cuénteme algo de su vida. Desde luego, todavía no pienso revelar mi verdadera identidad, de modo que deberá usted dirigirse a Luisa, Casilla de Correo 32.
Un beso apasionado de su Luisa."

Después comenzaba la verdadera historia. El ingeniero respondía, Luisa escribía otra vez, el ingeniero reclamaba un encuentro, Luisa se negaba... Y entre carta y carta se iban conociendo e interesando cada vez más.
Por supuesto, el encuentro no debía producirse jamás. Y esta es en verdad una regla de oro de los amantes desconocidos, reales o ficticios.
Toda relación deberá girar alrededor de un encuentro futuro. Pero es fundamental el no encontrarse nunca. Las razones se ven venir: todo amante desconocido es perfecto. Tiene la cara que uno desea. Es, a nuestro capricho, morocho, rubio o ambas cosas a un tiempo. El amante desconocido no tiene defectos, no tartamudea, no fastidia con cosas cotidianas. Pero hay una virtud fundamental: por no ser nadie es también todas las personas del mundo. Si se comete el desatino de darle una identidad cierta, el amante desconocido se achica, aunque sea un ángel. Si es alto, ya no podrá ser petiso. Si es atlético, ya no podrá ser enclenque. Si es Juan, ya no podrá ser Pedro.
Si es Luisa, ya no podrá ser Esther.
Por estos mismos motivos, la Sociedad de Amantes Desconocidos jamás enviaba fotografías aunque si las reclamaba de sus beneficiarios.
La actividad de estos filántropos tenía por objeto combatir la soledad y la desdicha. Y cabe señalar que su acción despertaba en los vecinos del barrio un sano espíritu de emulación. Al conocer la existencia de enamorados secretos, muchas personas descubrían dentro de si esa misma condición. Y así, junto a los amantes de ilusión creados por la Sociedad, cundieron los amantes secretos verdaderos.
En sus buenos tiempos, Manuel Mandeb se carteaba con cuatro amores misteriosos. El pensador sospechaba que por lo menos dos eran obra de la Sociedad, más que nada, por el papel barato de las cartas. Pero sus investigaciones lo llevaron a comprobar la existencia cierta de las otras dos. Una de ellas resulto ser una compañera de un curso de guitarra que Mandeb seguía penosamente. Cuando el hombre se presento ante ella con las cartas en la mano, la chica rompió a llorar y huyo para siempre.
La última de las amantes secretas era -según se supo mucho después- Beatriz Velarde, la piba más hermosa de Flores, de quien -a su vez- Mandeb era enamorado secreto en otra colección de cartas.
Pero estaba escrito que Manuel y Beatriz no se amaran nunca.
El ingreso a Amantes Desconocidos de un grupo de redactores humorísticos y malévolos provoco una serie de catástrofes que marcaron al decadencia de la Sociedad.
Estos profesionales, que perseguían únicamente la diversión personal, empezaron a enviar cartas a damas casadas y a urdir toda clase de intrigas chuscas.
De este modo consiguieron que la Sra. Aurora B de García Vassari se presentara a las cuatro de la mañana con una vela en la mano en el fondo del pasaje Trieste.
Asimismo fueron los culpables de infinidad de divorcios, riñas, peloteras y toletoles entre los matrimonios más acrisolados de Flores.
Pero hay que mencionar un fenómeno curioso que les ocurría a casi todos los miembros de la Sociedad.
Conforme avanzaba la correspondencia con los beneficiarios, muchos guionistas se enamoraban de verdad. La conocida redactora publicitaria Luz Vasallo se volvió loca de amor por el poeta Jorge Allen, cuyo caso atendió durante meses.
Para evitar estas situaciones, las autoridades de la entidad resolvieron una rotación de guionistas. Pero el resultado fue desastroso. Las cartas perdían coherencia y verosimilitud, pues los redactores no alcanzaban a compenetrarse debidamente en su función.
Sobre el final de sus actividades Amantes Secretos recurrió al teléfono.
No fue una experiencia feliz. El lenguaje telefónico es menos tolerante con la creación artística y -por lo demás- muchos guionistas soltaban la carcajada en medio de las charlas, provocando cierta perplejidad en el cliente.
El juego de los Amantes Desconocidos era sin duda apasionante. Pero aunque admitía procesos más o menos prolongados, al cabo terminaban por extinguirse.
Nadie puede resistir mucho tiempo la tentación de conocer. Todos, tarde o temprano, exigen al consumación del amor epistolar.
Y así terminaban todas las historias. La mayoría de las veces con el silencio y el olvido. En alguna ocasión, con encuentros más bien desteñidos.
Ives Castagnino, el músico de Palermo, se encontró una vez con una dama desconocida que le había enviado cartas durante años. Cuando la vio en la esquina, se acerco y le dijo:
- Buenas noches. Soy el desengaño.
Hoy ya nadie habla de los Amantes Desconocidos de Flores. Pero esta entidad sin fines de lucro bien puede dejar en nuestro espíritu la sombra de una idea.
¿Por que no convertirse uno en Amante Desconocido? ¿Por que no ayudar con ilusiones a tantas almas solitarias que andan por la cuadra?
La vida esta poniéndose muy aburrida. Seria maravilloso recibir una mañana de estas una nota perfumada y llena de besos que viene de no se donde.
Dejo la inquietud a tantos guionistas, redactores, poetas y literatos que malgastan su tiempo jugando al billar.

Alejandro Dolina