martes, 3 de febrero de 2009

Sin Rey Mago, sigo en pie...

Cuando yo estaba en el tercer grado, mi maestra pensaba que yo era anormal. Oí como se lo decía a los padres de una niña, fuera del aula, aunque me encontraba esperando a que terminara la clase de catecismo. A mí no me metían en aquella lección porque mi padre lo había prohibido, con la amenaza de ponerme en otra escuela. La hija de aquellos padres que me miraban con arrobada piedad, se llamaba Lupe. Era muy buena y aplicada, era la excelencia anual del colegio y aquel año sus padres estaban preocupados porque sus notas habían bajado un poquito. Ni sus padres ni la maestra podían saber que Lupe, a quien yo amaba como un condenado, y yo, nos enredábamos en extensas discuciones espirituales cuyo meollo era la existencia de los tres Reyes Magos. Ella afirmaba que no existían, que eran nuestros padres, y yo, que no iba a la clase de religión, lo contrario. Un buen ejemplo de cómo el hábito no hace al monje

Silvio Rodríguez

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